Disco Paradiso



D. es una persona increíble. ¿Lo recuerdan? El profesor del que les hablé la vez pasada. Pues resulta que entendió todo lo que le dije sobre Victoria Volkóba, la youtuber. Me explicó todas las dudas que tenía, lo que no lograba entender por burrx. Hablamos por teléfono toda la tarde y me puso un reto bien particular.
No me pude ni pude decirle a él que no. Debo tener valor para esa clase de cosas.
Me recomendó ir a un bar gay bajo la condición de que no bebería licor ni hablaría con extraños. Solo eso me pedía para darme la dirección y encomendarle al dueño que me dejara entrar. Se puso luego a filosofar, a decir que el bar es como una caverna platónica y no sé qué, o algo así, donde las personas pueden sacar su verdadera identidad en la oscuridad de la pista de baile.
 Las mujeres son sensuales y brillan con sus lentejuelas en la pista. Los hombres gais pueden hablar con su verdadero tono de voz y bailar con otros hombres. La gente usa esa oscuridad para esconderse y mostrarse al mismo tiempo, como la idea filosófica de…
Yo no le entendía mucho, pero estaba superemocionadx y feliz.
Me fui lo más elegante que pude. Me eché la mitad del frasco de loción que me había regalado mi papá. A escondidas le saqué un pantalón que me quedó gigante, un blazer y camisa de cuello para corbata. Eso me daba un aire de artista (ropa grande, pelo engominado, olor a Las Vegas), o algo así me dijo D., quien me acompañó antes de entrar.
Y eso era el paraíso. Luces por todas partes, de todos los colores. Gente feliz como si no hubiera un solo problema en sus vidas. Gente amándose sin etiquetas, sin prejuicios.
Cumplí mi promesa de no beber y no hablar con extraños. Varios manes me miraron, siempre hubo respeto.

Creo que D. me quería retar a ir para que me sintiera cómodx en un entorno con gente como yo y así me diera cuenta si esto definitivamente es lo mío. Al salir de la Disco estaba más convencidx que nunca y jamás me había divertido tanto sin haber bailado una sola canción. ¿O saben que sí? Sí que bailé toda la noche. Conmigo. Con el hombre que atravesó la pista mientras varias mujeres lo miraron con deseo, con el que se recostó en la barra y apoyó los codos atrás, con el que se pasó la mano por la quijada. No tuve que pensarme ninguno de esos movimientos. No tuve que fingir como fingía cada vez que cruzaba la pierna al sentarme en una reunión familiar o como enderezaba la cabeza y endulzaba la sonrisa en las fiestas de quince de mis amigas. Ha sido el baile más feliz que he hecho en mi vida.

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