Las niñas buenas no comen helado




Ayer me pasó algo increíble. Estaba comiendo un helado con A a la salida del colegio, hacía calor y nada de viento, cuando llegó C corriendo hacia nosotrxs como si tuviera algo muy importante que decirnos, como si algo muy grave fuera a pasar si no alcanzaba a abrir la boca a tiempo. Pero no. Resultó ser que lo que lo que nos quería decir, eso que la traía corriendo con cara de preocupación, era que el helado engorda. Que el helado E N G O R D A …


Eso, de una, me recordó algo que me pasó hace años, cuando comía un helado de la misma marca a la salida de otro colegio.

Tenía 8 años la primera vez que me pasó, y es una sensación que puede desaparecer por meses, pero siempre vuelve, aparece, insiste cuando menos espero …

A la salida del colegio, esperando la ruta escolar, estábamos C, A, L y D sentadxs en una banca, hablando sobre el disfraz que queríamos en Halloween. C quería ser Jazmine, la novia de Aladino. A quería ser la sirenita. L quería pintarse de verde y ser Fiona, la novia de Shrek. Hubiera sido un disfraz genial si hubiera logrado quedar verde de  verdad. D, fiel a su estilo, quería ser Rapunzel. Y en medio de todas estas princesas ¿qué fue lo que yo decidí responder? Pues yo quería ser Superman.

—   Supergirl, las niñas somos Supergirl —, me respondió D.
—   No. Yo quiero ser Superman  —, respondí algo aireadx.

Todas me miraron mal, me reprobaron para hacerme sentir mal. L quiso disimular, pero me di cuenta que me miraba como bicho raro. Como si querer ser Fiona fuera lo más normal… Insitió e insitió en corregirme, que no era man sino girl, que no se dice supermam sino supergirl, y yo que no, que la capa, que la truza, que ya tenía listo mi disfraz en mi cabeza, hasta que L se desesperó y le dio un manotazo a mi helado, que cayó al suelo en un movimiento tan lento como doloroso en mi memoria. Hubiera querido tener los efectos especiales de lxs hermanxs Wachowski para haber atrapado, sano y salvo, a mi querido helado antes de que se desparramara contra el suelo.

Ahora resulta, 8 años después, que no puedo comer helado otra vez, pero porque, EL- HE-LA-DO-EN-GOR-DA …
Esa vez y esta (es decir, la de ayer), odié no haber sido otra persona, una lo suficientemente fuerte para salvar mi-dignidad-de-come-helados.

A las mujeres se les exige que no pueden engordar lo que quieran. Que más les vale ser una Jazmin y no una Fiona, PERO ESO A MÍ NO ME INTERESA.


Desde entonces odié usar falditas, vestiditos, ser la princesa de mis mamá, seguirle la corriente cuando me peinaba como las muñequitas de Disney, y poner cara de alegría cuando me regalaban una Barbie, con todo su set de cepillos para peinarlas como se supone que debería empezar a peinarme yo. ¡Puajk! ¡Yo solo me quiero comer un helado en paz!

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